Publicado el 30/09/2014
La vuelta ya está aquí y septiembre nos ha deparado una pila de proyectos de traducción. Uno de ellos nos ha servido de inspiración para nuestro blog. El proyecto del que os hablo está relacionado con la restauración de un cuadro… Tranquilos, lejos de querer daros una clase maestra sobre traducción técnica, compartiremos con vosotros una reflexión…
El artista (en sentido amplio, incluyendo diseñadores gráficos, etc.) y el traductor se parecen mucho en una cosa: la percepción que tiene la sociedad de su trabajo. Veámoslo con un ejemplo:
1) Una persona se entera de tu profesión y te pregunta cuánto le cobrarías por traducirle la tesina/hacerle un retrato/diseñarle un logo/restaurarle el cuadro que su abuela le dejó en herencia.
2) Le das una cifra aproximada tirando por lo bajinis para que no se asuste, aunque se asusta igualmente.
3) Te responde con una interjección “ah” “oh” “qué bien” (para los más duchos en el arte de la falsedad) mientras por dentro piensa: ¿Tanto por este trabajillo de nada? Menudo chollo, debería haberme hecho traductor/artista.
La reacción anterior proviene de la idea de que cualquiera, sabiendo idiomas o dibujar, puede hacer el mismo trabajo, esto es: que no son profesiones de verdad, que son cosas que se hacen justamente “por amor al arte”. Y también por el desconocimiento de ambas profesiones: el tiempo que lleva formarse y el tiempo que lleva realizar el trabajo, más todos los gajes y técnicas del oficio, poco visibles al ojo del inexperto que desconoce el proceso que ha tenido que mediar para llegar al producto acabado.
Retomando la escena anterior, ante los ojos desorbitados de la persona en cuestión, intentarás justificarle el presupuesto y pueden plantearse varios escenarios (que ilustramos a continuación):
A) La persona decide hacerlo por sí misma
Como el caso* de Cecilia Giménez, una anciana de buena voluntad que decidió restaurar ella misma un Ecce Homo. Cecilia, al ver al Cristo de la iglesia del pueblo así como un poco descolorido, decidió que con una pincelada aquí y allá bastaría para devolverle todo su esplendor…
*Caso verídico que conmocionó (de risa) a media España.
B) La persona llama a su primo*, o alguien que seguro que se lo hace más barato, o en el caso de la traducción, recurre a GoogleTranslate (ejemplos hilarantes en nuestro artículo del verano, aquí)
*Su primo alias “el artista de la familia” (que hizo un curso de pintura con CCC)
C) La persona es sensata y decide confiar el proyecto a un profesional
Nos despedimos con una sonrisa hasta nuestro próximo artículo. Mientras tanto, nos vemos en Facebook.
El equipo de la Casa de la Traducción en Burdeos, de Peter Hancock y Garry Hutton.
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